domingo, 23 de febrero de 2014

APOLO Y DAFNE: interpretaciones varias


Siempre me quejo en clase de los temarios de esta materia nuestra... parece que siempre vemos lo mismo, que nunca hay nada nuevo. Esta monotonía curricular puede ser positiva. Para vencer el tedio, podemos reinventar los mismos temas y así surgen curiosidades, como esta. Esta semana hemos leído en 1º de la ESO el mito de Apolo y Dafne, del que hemos hablado unas horas más tarde en clase de Bachillerato. Todos conocemos la historia de la desgraciada ninfa y el osado Apolo. Vamos a ver ahora cómo la reinterpretan diferentes artistas a lo largo de la historia. 

Empecemos por el principio, por el latino… Ovidio nos la cuenta así en sus Metamorfosis:


El primer amor de Apolo fue Dafne, la hija del Peneo. Y no fue por ciego azar, sino por la violenta cólera de Cupido: «Aunque tu arco atraviese todo lo demás, el mío te va a atravesar a ti», dijo y sacó de su aljaba portadora de flechas dos dardos de diferente efecto; el uno hace huir al amor, el otro lo produce. El que lo produce es de oro, y resplandece su afilada punta; y el que lo hace huir es romo y tiene la caña guarnecida de plomo. Este fue el que clavó el Dios en la ninfa del Peneo, mientras que con el otro hirió hasta la médula a Apolo. En el acto queda enamorado; huye la otra hasta del nombre del amor. Corren veloces el dios y la muchacha, él por la esperanza, ella por el temor. Sin embargo el perseguidor es más rápido, acosa la espalda de la fugitiva. Agotadas sus fuerzas, palideció: vencida por la fatiga de tan acelerada huida, mira las aguas del Peneo y dice: «Socórreme, padre; si los ríos tenéis un poder divino, destruye, cambiándola, esta figura por la que tanto he gustado». Ella apenas acabó su plegaria cuando un pesado entorpecimiento se apodera de sus miembros; sus suaves formas van siendo envueltas por una delgada corteza, sus cabellos crecen transformándose en hojas, en ramas sus brazos; y sus pies, un momento antes tan veloces, quedan inmovilizados en raíces fijas; una arbórea copa posee en lugar de su cabeza; su esplendente belleza es lo único que de ella queda. Y el dios le habla así: «Está bien, puesto que no ya no puedes ser mi esposa, al menos serás mi árbol».

 Ya lo hemos leído en clase. Garcilaso de la Vega les dedica en el siglo XVI uno de sus “perfectos” sonetos. Lo recordamos ahora.
XIII
A Dafne ya los brazos le crecían  
y en luengos brazos vi que se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornabam
los cabellos que al oro escrurecían.

De ápera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
el áarbol que con lágrimas regaba.

!Oh miserable estado, oh mal tamaño!
!Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!


En el siglo XVII, Cornelio de Vos plasma la historia en un lienzo, del que podemos disfrutar en el Museo del Prado. El arte de la pintura se inspira en el mito en muchas más ocasiones, pero me he encaprichado con esta (tengo una relación especial con el Prado).



Ya os comenté en clase (os lo repito de nuevo) que no podéis iros de Roma sin pasar por la Galleria Borghese y disfrutar de la escultura de Bernini (siglo XVII).



Música para terminar… G.F. Haendel en el siglo XVIII compuso una cantata titulada La terra é liberata (Apollo e Dafne). Os la subo, por si a alguien le apetece escucharla (son 40 minutos de nada).


  
¿Alguien da más?

No hay comentarios:

Publicar un comentario